martes, 26 de abril de 2016

Dilemas de la Patria: Trotar o Protestar.


Anteayer domingo 24 de abril se dio con mucho éxito en Caracas el conocido maratón CAF (del Banco de Desarrollo de America Latina), que desde hace cinco ediciones, ha congregado a una enorme cantidad de corredores maratonistas de todas las regiones de Venezuela y de algunos países de Latinoamérica.

En mi ciudad (Puerto Ordaz), participar en ese evento levanta pasiones, y básicamente casi todo corredor local que se precie, y que esté en capacidad de superar los 10k sin terminar inválido o en el hospital, fija como meta final de su entrenamiento el media maratón (21k) o el full maratón (42k). Y en este caso, el más conocido de todos en el país es el CAF. Ni más ni menos. Y hacia ese evento todos los corredores enfilan sus baterías.

Si bien es cierto que algunos se plantean metas más ambiciosas, como el maratón de Nueva York, etc, en este caso quiero referirme al corredor que está un poco por encima del promedio en nuestro país, y no a los corredores élite de la disciplina, que por lo general siempre vuelan más alto.

Ciudad Guayana es corredora por naturaleza. A casi cualquier hora del día – menos al mediodía – puedes ver en alguna calle, vereda, acera, parque, o campo deportivo, a alguna persona corriendo – lo que en el norte llaman running - , o haciendo las veces de estar corriendo – lo que en el norte llaman jogging. Además, en la ciudad hay al menos una decena de grupos de running organizados a un gran nivel, al punto de que es aquí donde se organiza el ya famoso evento nacional de 10K "Corre por tus Venas", y que cada año junta como mínimo a 2000 corredores de diferentes lugares del país, edades y categorías.

A pesar de no ser tan regular como el corredor más practico de mi ciudad, yo me considero un runner con todas las letras. He corrido toda la vida y ya he competido y culminado cuatro carreras de 10k con un entrenamiento medianamente intenso y a buen tiempo. Por lo tanto, todo lo que tiene que ver con el running me emociona, y esta carrera del maratón CAF siempre me ha llamado la atención por lo famosa que es y por lo que significa. Son el límite de todo corredor apasionado. Son la meta final. Terminar, en el tiempo que sea, la distancia de 42 kilómetros sin morir en el intento ni quedar parapléjico.

Como corredor, el solo imaginarme cruzando una meta que certifica que he terminado con vida 42k, me provoca una emoción indescriptible de superación, de poder, de invencibilidad. Para un corredor, romper esa meta es culminar una lucha de mucho tiempo por ser el mejor. Y en general ese “mejor” no significa superar a otros corredores, sino superar a la mejor versión que el corredor tiene de sí mismo. Por lo tanto, el asunto es algo hasta psicológico y, a la postre, espiritual.

Pero esa suprema emoción generalmente es compartida solo entre corredores o afines, ya que, llegado el día del evento, en las redes sociales de mi atribulado país, la realización de una actividad deportiva que lleva a la calle una mañana de domingo a más de 10.000 personas, despierta opiniones y sentimientos encontrados; diametralmente opuestos por lo general.

En facebook, twitter, instagram y demás, siempre están compartiendo tribuna el runner apasionado, el profesional, el aficionado, el estudiante; también la ama de casa, el trabajador asalariado, el que no lo es, la gorda de las mil dietas, el flaco que solo juega básquet, la modelo de selfies, el jodedor bebe-caña que no da un paso sin sostenerse de algo, el amante de los carros tuneados o patones, el pela bola, que aunque no tiene ni para comerse un “orlanditos”, es hiperactivo en las redes; y por supuesto, el extremista político, que siendo de un bando u otro, absolutamente todo lo lleva al plano político, y de ahí no lo saca nadie.  

Ese grupo en particular – no organizado, afortunadamente - es el que por las redes ha armado una protesta mayúscula por la efusividad con la que los corredores toman esa carrera de 42k, contrastándolo con la evidente apatía de todo el mundo  - según ellos – de salir a marchar y hacer bullicio cuando los convocan, para exigirle al gobierno respuestas por todos los problemas que sufrimos.

Ellos dicen que todos esos corredores son una especie “disociados”, gente desenchufada de la realidad, porque bien pueden salir alegremente a correr a las 5 a.m un domingo, pero ni de broma se animan a salir con una bandera a marchar y protestar por las calles cualquier día de la semana.

Hace un año pasó la misma polémica en las redes. Muchos criticaban a los corredores por trotar pero no protestar, por preocuparse solo por hacer su deporte y no luchar por los derechos que tienen como ciudadanos. Decían que cuando los partidos convocaban las marchas solo asistían unos cientos, mientras que, en cambio, en esas carreras participaban miles.

Yo los defendí desde mi posición de corredor, y me caí a insultos con varios de ellos por las redes; pero este año, en el que he estado menos activo en la carrera, no quise polemizar públicamente con nadie, primero porque las cosas en efecto están mucho peor que el año pasado, y segundo, porque preferí reflexionar y analizar en solitario esta polémica, pero esta vez intentado hacerlo desde la posición de ciudadano de a pie. Ya no como corredor.

Siempre arranco pensando que quien no entiende algo lo juzga. Hace unos días vi una película excelente llamada “Meru”, que trataba sobre la lucha – contra los elementos y la tragedia - de un grupo de escaladores alpinistas, para  coronar por primera vez la cima del monte Meru, una montaña con paredes escarpadas casi verticales en la India, considerada por los tibetanos como “el centro del Universo. En esa película, el espectador prácticamente “vive” lo que los alpinistas sufrieron – tanto en la montaña como fuera de ella – para conseguir la hazaña; y esa bien lograda interacción entre publico y protagonistas es la que me permitió entender - casi y no del todo - las motivaciones, la razón y el por qué esos señores ponen en riesgo su vida para tan solo pisar una cima durante cinco minutos luego bajar.

Cuando uno no entiende por qué algunas personas hacen ciertas cosas, uno fácilmente se siente invitado a llamarlas locas o dementes. Vemos a un alpinista dejar los dedos de los pies en el Everest y creemos que esa gente tiene un tornillo flojo y nada más. Vemos a paracaidistas, a corredores de Formula 1, que chocan un monoplaza, casi matándose, y a los pocos meses vuelven al ruedo con más determinación, y no nos queda más que llamarlos locos.

La irónica verdad es que todas esas personas, en la práctica, están más conectadas con sus propias realidades y sus propios “yo” que nosotros mismos. Ellos reconocen que su felicidad y la mayor satisfacción de su vida está en hacer lo que hacen, por más riesgoso que sea. Mientras tanto, en este mundo cada vez más globalizado y artificial, muchos de nosotros, los comunes, aún no somos capaces de reconocer o encontrar la fuente inagotable de nuestra propia felicidad. Nos pasamos la vida buscándola entre amigos, redes, blogs, juegos, etc. y se nos suele ir de largo, por lo que terminamos muriendo en el intento.

Entonces, viéndolo así, es normal que alguien que jamás ha corrido en su vida, o solo lo ha hecho para escapar de un atraco, piense que todas esas personas que madrugan y se visten para echar una extenuante carrera de dos horas de un punto A a un punto B, son unos completos locos. Inclusive, son llamados “pendejos” por los científicos del populacho. Pero no entienden que los corredores son realmente felices cuando hacen eso. Cada vez que trotan añaden felicidad a su vida.

Sin embargo, muchos críticos del maratón no se meten tanto con la pasión del corredor por lo suyo, sino con la supuesta falta de amor por la patria de estos, cuando, por el contrario, no acompañan con el mismo fervor las marchas opositoras cuando estas son convocadas. Política, y como no, patriotismo trasnochado por delante.

El luchar por la patria tiene muchos matices. Se puede hacer desde la trinchera del campo de batalla, desde la oficina del que trabaja, o desde la escuela, cuando un niño decide botar la basura en la papelera y no en el piso, añadiéndole un granito de arena a un país más prospero en el futuro. Pero como al venezolano le gustan los juegos de artificio, la bulla, la parafernalia, y como no, los golpes de efecto como motores de tránsito del camino fácil; bastante de ellos creen que luchar por la patria es solo formar peo, quemar cauchos, vandalizar negocios y buscar tumbar al gobierno.

No de gratis Chavez se ganó un montón de adeptos, vendiéndoles la idea de que todo en nuestra sociedad tenía que ver con “batallas”, “comandos”,  “luchas”, “trincheras”, “rodilla en tierra”, “vanguardias”, y demás términos y estamentos militaristas, a los que todo ser humano acomplejado le encanta adherirse, por hacerlo sentir medianamente importante y con cierta cuota de poder.     

Así que, apoyándose en este trastornado sentimiento patriota, y buscando revivir el animo de combate opositor, en las redes muchos quieren servir de arreadores para que la gente una vez más se anime a marchar junto a los partidos políticos, para exigir al gobierno una salida a esta crisis miserable que nos consume. Como si fuese así de fácil. Exigir y salir.

No se si la memoria colectiva falla, pero desde que Chávez tomó el país por asalto, la población opositora ha marchado hasta el hartazgo. Marchó a pelo desde el 2002 al 2004, viéndose involucrada como extra en la momentánea salida del poder de Chávez, a cargo de unos militares sublevados (y vuelto a poner por otros militares leales). Marchó contra el homicida de opositores Joao de Gouveia, el Lee Harvey Oswald venezolano. Marchó porque Chávez botó a un gentío de PDVSA. Marchó porque Chávez hablaba mucha paja, marchó porque había que hacerlo para sacarlo del gobierno, marchó porque era divertido, marchó porque en la marcha había buena música para bailar, marchó porque la marcha estaba de moda. Marchó, marchó y marchó, hasta que la propia palabra perdió el sentido entre la gente, y las supuestas marchas se volvieron una vulgar bailoterapia entre viejas chismosas y panas ladillados. Estoy seguro que si en esa época hubiesen existido las redes sociales y los teléfonos inteligentes, todos tendrían un montón de selfies en aquellas marchas, que podrían servirles como recordatorio de la enorme estupidez de esa época. 

Y qué decir de las más recientes, las del 2014, muy mal llamadas las de las “guarimbas”. Donde murieron jóvenes estudiantes y gente inocente por grupos de inteligencia gubernamentales. Y donde Leopoldo Lopez terminó pagando los platos rotos de todo lo que ahí pasó, dentro de su particular ambición personal de poder. La diferencia de estas con las anteriores es que el gobierno se radicalizó y las disolvió todas rápidamente a gas y plomo, pero poco a poco se veía que todas esas marchas iban degenerando en los mismos espectáculos vergonzosos de una década atrás. Muchachos usando sus smartphones para comunicarse tipo walkie talkie con otros en otras marchas, creyéndose “operadores de inteligencia”, avisando a todos la ubicación de la guardia nacional, mientras que, en el mismo canal del walkie, otros les saboteaban la “estrategia”, mentándoles la madre o tirándose peos por los canales.

Entonces, ¿marchar?. El venezolano con memoria, cansado y atribulado, que ve como se le viene el mundo encima con tanta escasez, delincuencia y ahora sin luz, no quiere marchar. Quiere salir ya de todo esto, de este infierno. Y siente que los caminos democráticos e institucionales se le han cerrado en la cara. Muchos venezolanos ya sienten que la marcha con banderas y pitos de un punto A hasta B ya no sirve de nada. Si la propia Asamblea Nacional, elegida popularmente, está siendo anulada por un poder judicial elegido a dedo por los diputados chavistas de antes, ¿Qué más queda por hacer?.

Venezuela ya marchó, y lo hizo bastante. La gente ahora lo que quiere es protestar. Está tan molesta e impotente que tienen ganas en verdad es de hacer desastres, de cerrar calles, de saquear negocios, y de quemar a delincuentes a cielo abierto. Y ya no es solo el venezolano en pobreza extrema, sino el que solía tener mas recursos, el clase media, que quiere decir a todo pulmón ¡Ya basta!.

Y los partidos políticos no saben digerir y canalizar ese sentimiento contenido de la gente; lo confunden o lo menosprecian, y siguen convocando a marchas de protesta pacífica y ordenada contra los abusos velados del gobierno. Se desconectaron de la población – si es que alguna vez estuvieron conectados – y ahora no saben como recuperar la credibilidad. El grueso del país, en sus entrañas revueltas, ya no es pacífico, ni ordenado. Está esperando algo que lo haga estallar.

Entonces, es claro por qué no se puede comparar a 10.000 corredores una mañana de domingo, con una población marchando en ánimo de protesta contra el gobierno. Si está comprobado que el correr garantiza una mayor oxigenación en el cuerpo y mejora la salud en general, de igual manera se comprobó que aquí todas las marchas de protesta que se han hecho no han llevado absolutamente a nada ni han resuelto nuestros problemas. 

Y no hay que olvidar que la crisis económica de nuestro país nos ha golpeado durísimo a todos. También a los corredores. Muchos han dejado de entrenar para asumir dos trabajos, ya que con uno solo no pueden costear los gastos mensuales de su hogar. Otros han parado porque se han quedado sin calzado para correr y los reemplazos ya cuestan cientos de millones de bolívares. Y otros simplemente se han quedado sin tiempo para disponer, ya que estas complicaciones relacionadas con el racionamiento de la luz, la escasez de alimentos y su elevado costo en el mercado negro, nos han trastocado el modo de vivir a todos por igual.

Antes de analizar en frío la polémica que se dio por el maratón CAF del domingo, yo puse en la mesa todas esas cartas que mencioné anteriormente; y se ve claro que los corredores de ese evento no son ningunos apátridas por solo hacer deporte en masa. Es más, me dije, ¿Quién sabe si muchos, o la mayoría de ellos, luego van a las marchas que convoca la oposición?, es algo que no puede saberse, y por lo tanto nadie puede criticarlos por eso. 

Pero también me tomaron de asalto otras preguntas, cuando analicé el deporte mismo del running desde mi punto de vista, el de corredor afectado fuertemente por la crisis que vivimos. ¿Cómo hace esa gente para entrenar?, ¿Cómo se costean unos zapatos de correr que hoy están incomprables en el mercado?; y para algunos deportistas del interior del país: ¿Cómo hacen ellos para viajar y pagarse una estadía en Caracas, con lo costoso y difícil que es conseguir pasajes de avión?.

En mi ciudad algunos grupos de trote pagaron en conjunto sus pasajes, y tal vez al por mayor hicieron menos costosa la estadía, pero en el fondo queda la misma incógnita: ¿Será que la crisis económica no ha tocado tanto a esas personas?, ¿Todavía tienen dinero para pagarse unos zapatos Addidas, Nike, A-Basics, o Saucony, especiales para estas carreras?. Más allá de la brutal inflación que hay en los precios de todo, ¿esos atletas aún tienen algo de dinero extra para permitirse esas cosas, que para el común mortal ya rozan el plano de la extravagancia?

Y por todo lo que dije antes, pensé, ¿será que pueden tener algo de razón aquellos que dicen que esos deportistas están “desconectados” – ya no a nivel de amor a la patria sino económico – de la realidad del país?.

Desde ese punto de vista es probable que así sea, porque solo alguien que tenga un ingreso de dinero bastante considerable, puede superar todas las tribulaciones económicas que vivimos y literalmente seguirse dando el “lujo” de entrenar lo suficiente y competir en carreras de esta índole, más aún si estas se dan en otras regiones del país a donde se tiene que viajar para correr.

Yo amo el running, pero en mi caso, la crisis económica y estructural del país me ha tocado. Cuando corro me alterno entre dos únicos pares de zapatos, uno viejo y otro nuevo. No hago colas kilométricas por comida, pero mi carro se quedó sin cauchos y no tengo el dinero para comprarlos, así que no puedo movilizarme como quisiera. Entrenar y participar en carreras cada año se me hace cuesta arriba, y es ahí donde no entiendo cómo hacen esos corredores del maratón CAF, venezolanos igual que yo, que enfrentan estas situaciones como yo, para superar estos problemas y continuar.

No los juzgo para nada, puesto que comparto con ellos esa pasión deportiva, y trotar no es ni de cerca lo mismo que protestar, pero la inquietud me queda abierta. Como dice el refrán del chino: “sin leal no hay lopa”, y en este país para todo se necesita dinero, y bastante. Hasta para correr.

Ellos – los corredores – son los únicos que tiene la respuesta. Ellos sabrán si para viajar y participar en un maratón tipo CAF o para comprarse unos zapatos, empeñarán joyas, propiedades o piden créditos a los bancos, o, por el contrario, solo destinan algo de sus excedentes para seguir satisfaciendo su pasión.

Me es difícil creer que la mayoría de los corredores venezolanos del CAF sean un montón de ricachones a quienes les sobra la plata; pero también me cuesta creer que sean en su mayoría corredores de medianos recursos, que hacen hasta lo imposible por estar ahí.

Puede ser que los “genios” de las redes sociales estén suponiendo lo primero cuando dicen que esos maratonistas son a la final unos apáticos para protestar. Porque solo los asumen como gente de plata. Gente que se da el lujo de salir a la calle solo a correr y no para exigir salidas al gobierno a esta crisis.

¿Tendrán razón en algo de lo que critican?, ¿Quién sabe?, algunas cosas son obvias, otras no tanto, pero como dije, la respuesta solo la saben y la llevan a cuestas los corredores, en su corazón y en sus zapatos.

Yo solo sé que correr es bueno. Y siempre vale la pena sacar el tiempo y los medios para hacerlo.


Y es todo lo que tengo que decir, acerca de eso.

viernes, 22 de abril de 2016

Nublado Futuro, Nublada Vida


Tiempo ya sin escribir, bastante tiempo sin darle a las teclas y poner por escrito la avalancha de imágenes, pensamientos e ideas que saturan – y empiezan a atormentar – mi mente. No puedo más me dije hoy. Tengo que escribir.

¿Sobre qué?, me pregunte. Y quedé en silencio, en blanco, por tanto rato que resultó incómodo. Desde hace tiempo me había hecho consciente de mi creciente estancamiento creativo, pero el estado literalmente catatónico en que me dejó esa simple pregunta me asustó. Me puso en pánico. La verdad, mientras escribo estas líneas mis manos tiemblan, de una forma casi imperceptible para cualquiera, pero es así. Lo siento en mis dedos.

¿Pero, qué es lo que siento?. ¿Que me aterroriza de esta manera inusitada?. Pues lo obvio, la genuina sensación de que me estoy perdiendo a mí mismo, de que mi propia identidad poco a poco desaparece; engullida, regurgitada y devuelta a la tierra en forma vómito, por la terrible y desoladora situación de nuestro país.

Siempre he sido un hombre silencioso, callado, de poco hablar. En contraparte, hace algunos años descubrí que lo que compensaba todo eso era la escritura. Con los años, y sin comprenderlo bien del todo, me volví un prolífico escritor de mis propias reflexiones, las cuales descargué despiadamente en este blog, a una tasa de aproximadamente 2 o más por semana, durante varios años.

Luego progresé con eso, y terminé escribiendo varios relatos cortos, y además empecé dos historias más largas que al sol de hoy no han visto final. Comprendí entonces que la escritura, al igual que el silencio, era una parte fundamental de mi mismo, como un hermano pequeño aferrado a la mano de otro mucho más grande. Y así, mis escritos terminaron siendo la prueba más clara de que lo que mi boca calla, mi mente lo grita, y mis dedos lo escriben.

Entonces, ¿sobre qué escribo?. La pregunta que me puso a temblar justo al empezar. Esa que me hace ver lo difusa que luce mi propia identidad dentro de esta realidad tan terrible. Jamás había tenido que preguntarme eso. Cuando escribía en el blog las ideas salían por si solas a borbotones, sin freno, como un mar de pensamientos, indetenibles. Hoy siento que la escritura me ha abandonado, las ideas se me enredan en la salida, y se quedan en el tintero de mi mente desolada. No me siento yo, y por segundos me pierdo, hasta en el mismo intento de armar la estructura coherente de este mismo escrito. 

¿Será que son demasiadas que no se por donde empezar?. ¿Están contenidas en un cuello de botella que se ha formado por los desperdicios de este país grotesco y deformado en el que hoy estoy viviendo? ¿O mi mente ahora solo piensa en el hoy, en el aquí, y no vuela tanto como antes?

Me he negado mil veces a escribir sobre la situación de mi país. Tantas plumas y tanta gente ha escrito sobre eso en la prensa, en blogs, y en foros, que incluirme en esa poblada descorazonada siempre me pareció más un ejercicio de morbo que de otra cosa.

Que si Ramos Allup piensa que Maduro tiene cancer, que Iris Varela llamó “Capriloca” a Capriles, que Lilian Tintori es la supuesta candidata de USA para Venezuela, que Rodriguez Torres se esta lanzando a presidente bajo cuerda, que Carlos Osorio (ex ministro de Alimentación) va a demandar a la asamblea por insultar su “honorabilidad”, y demás despreciables etc y etc, solo ayudan a aumentar la percepción de que todos, no solo yo, hemos perdido la brújula existencial.  

Hace un tiempo empecé un relato corto sobre dos chicos que aprenden sobre el significado de la muerte al encontrar un cadáver en una ladera cerca de una calle en el pueblo donde vivían. Pero todo eso me deja de importar y de interesar cada vez que leo en la prensa que han quemado vivo en plena calle a un asaltante o, como ayer, dos jóvenes hampones aparecieron muertos por disparos en Caracas, dentro de un edificio abandonado, con notas escritas en sus bolsillos con la curiosa frase: “no debo robar”.

Ante esto, uno siente simplemente que la realidad y la ficción se fusionaron en este país. Ya no se sabe si lo que lees en la prensa digital es un genuino artículo noticioso o una broma pesada de El Chiguire Bipolar, ni discernir si el criminal detrás de la muerte de los delincuentes con la nota escrita, es tan solo una poblada cansada de tantos robos, o es el mismísimo Comisario Natalio Vega (“El Hombre de la Etiqueta”), de la telenovela “Por Estas Calles”, que viajó en el tiempo como Terminator, desde el año 1992, y ahora cobra cuentas en nuestros días.

El país yace en un limbo, en una bruma descomunal que tal vez, por primera vez en la historia, nos une a todos, ricos y pobres, en un mismo sufrimiento y padecer. Mientras el mundo cuenta los días para el estreno de la nueva temporada de Juego de Tronos, nosotros contamos los días que le quedan al embalse de la represa hidroeléctrica del Guri para entrar en fase de colapso, y deba apagarse la casa de máquinas 2, lo que dejaría a casi medio país literalmente a oscuras por varios meses, y por supuesto, sin poder ver la nueva temporada de Juego de Tronos.    

El país se apaga lentamente. Hace dos semanas declararon los viernes no laborables para el sector público, redujeron la jornada diaria laboral a la mitad, y desde mucho antes hay apagones programados en todas partes del país de al menos dos horas. Prácticamente ningún articulo de la canasta básica se consigue con facilidad o a precio razonable, por lo que todo el mundo, sin distinción, debe, o hacer colas kilométricas para comprar algo a precio minúsculo, o comprar en el mercado negro lo que necesita a precios exorbitantes.

Mientras, Maduro quiere recortar el tiempo de la Asamblea Nacional; un ente que, con cada día que pasa, se convierte en el “semáforo de media noche” más notorio y vulgar de la historia contemporánea de nuestro país, porque sencillamente nadie lo respeta. A su vez, los dirigentes opositores parecen jugar al desgaste natural de Maduro, descaradamente ajenos a la contenida y creciente arrechera de la ciudadanía, que no está pensando ni en Amnistías, ni enmiendas constitucionales, sino en que este infierno se acabe, y si en el ínterin se va maduro, pues tanto mejor. 

Y tal es la desconexión de bando y bando con la realidad del país, que para muestra un botón: Hace poco pude ver en algunas calles de mi ciudad, unas vallas enormes con una publicidad que mostraba tan solo un escudo floreado en el medio de un fondo blanco. La revelación estaba arriba del escudo, donde en letras negras podía leerse: “¿No volverán?”.

El sarcasmo de la frase va dirigido al chavismo, que toda la vida se ufanó de que los partidos políticos de antaño, como Acción Democrática (AD) y COPEI no volverían nunca más luego del ascenso de Chavez a la presidencia. El escudo bajo esas letras de la valla pertenece, obviamente a AD, los adecos.

Mas allá del descaro que representa el hecho de que un partido de antaño – responsable originario del ascenso de Chavez, gracias a la ineficiencia con que ejercieron la presidencia sus dirigentes mas notorios - pague un dineral para poner vallas en la ciudad con mensajes retadores como el ya mencionado, o “Lo bueno siempre vuelve”; lo que más sorprende es lo descontextualizado que está todo el mensaje dentro de la situación tan desastrosa que estamos viviendo los ciudadanos de este país.

No es un mensaje dirigido al país, o a su gente, a todos aquellos que deseamos recuperar nuestra forma de vida, no. Es un mensaje al chavismo, y un mensaje soberbio, pues asumen que ellos, el partido AD, ya volvieron, y aunque aún no están gobernando, creen o están seguros de que lo van a volver a hacer.  

Así que es triste y desesperanzador ver lo oscuro que esta nuestro presente y las nubes tan negras que se avizoran en nuestro futuro. Porque si Maduro obra su propio milagro y permanece en la presidencia hasta el 2019, tocará de nuevo votar y elegir. Y el venezolano de a pie, el que no sabe ni le interesa saber de “pelucones” ni de “maburros”, es quien se verá ante una disyuntiva ilusoria, frente al espejismo de una decisión. Y se quedará probablemente un rato frente a la maquina de votación, con el hambre de salir de Maduro, pero con la amargura clara y refleja de no gustarle tampoco la otra opción.

Es un juego trancado, en donde nos quedaría solo una triste reflexión: 

“estamos en manos de ellos, o de aquellos”. 

Que curioso…  Las manos me dejaron de temblar.