Anteayer domingo 24 de abril se dio con mucho éxito en Caracas el
conocido maratón CAF (del Banco de Desarrollo de America Latina), que desde hace
cinco ediciones, ha congregado a una enorme cantidad de corredores
maratonistas de todas las regiones de Venezuela y de algunos países de
Latinoamérica.
En mi ciudad (Puerto Ordaz), participar en ese evento levanta pasiones, y básicamente casi todo corredor local que se precie, y que esté en capacidad
de superar los 10k sin terminar inválido o en el hospital, fija como meta final de su entrenamiento el media maratón (21k) o el full maratón (42k). Y en este caso, el más conocido de todos en el país es el CAF. Ni más ni menos. Y hacia ese evento todos los corredores enfilan sus baterías.
Si bien es cierto que algunos se plantean metas más
ambiciosas, como el maratón de Nueva York, etc, en este caso quiero referirme al
corredor que está un poco por encima del promedio en nuestro país, y no a los
corredores élite de la disciplina, que por lo general siempre vuelan más alto.
Ciudad Guayana es corredora por naturaleza. A casi cualquier
hora del día – menos al mediodía – puedes ver en alguna calle, vereda, acera,
parque, o campo deportivo, a alguna persona corriendo – lo que en el norte
llaman running - , o haciendo las
veces de estar corriendo – lo que en el norte llaman jogging. Además, en la ciudad hay al menos una decena de grupos de
running organizados a un gran nivel, al punto de que es aquí donde se organiza
el ya famoso evento nacional de 10K "Corre por tus Venas", y que cada año junta
como mínimo a 2000 corredores de diferentes lugares del país, edades y
categorías.
A pesar de no ser tan regular como el corredor más
practico de mi ciudad, yo me considero un runner con todas las letras. He
corrido toda la vida y ya he competido y culminado cuatro carreras de 10k con
un entrenamiento medianamente intenso y a buen tiempo. Por lo tanto, todo lo que tiene que ver
con el running me emociona, y esta carrera del maratón CAF siempre me ha
llamado la atención por lo famosa que es y por lo que significa. Son el límite
de todo corredor apasionado. Son la meta final. Terminar, en el tiempo que sea,
la distancia de 42
kilómetros sin morir en el intento ni quedar
parapléjico.
Como corredor, el solo imaginarme cruzando una meta que
certifica que he terminado con vida 42k, me provoca una emoción indescriptible
de superación, de poder, de invencibilidad. Para un corredor, romper esa meta
es culminar una lucha de mucho tiempo por ser el mejor. Y en general ese
“mejor” no significa superar a otros corredores, sino superar a la mejor
versión que el corredor tiene de sí mismo. Por lo tanto, el asunto es algo
hasta psicológico y, a la postre, espiritual.
Pero esa suprema emoción generalmente es compartida solo
entre corredores o afines, ya que, llegado el día del evento, en las redes
sociales de mi atribulado país, la realización de una actividad deportiva que
lleva a la calle una mañana de domingo a más de 10.000 personas, despierta
opiniones y sentimientos encontrados; diametralmente opuestos por lo general.
En facebook, twitter, instagram y demás, siempre están
compartiendo tribuna el runner apasionado, el profesional, el aficionado, el
estudiante; también la ama de casa, el trabajador asalariado, el que no lo es,
la gorda de las mil dietas, el flaco que solo juega básquet, la modelo de
selfies, el jodedor bebe-caña que no da un paso sin sostenerse de algo, el
amante de los carros tuneados o patones, el pela bola, que aunque no tiene ni
para comerse un “orlanditos”, es hiperactivo en las redes; y por supuesto, el
extremista político, que siendo de un bando u otro, absolutamente todo lo lleva
al plano político, y de ahí no lo saca nadie.
Ese grupo en particular – no organizado, afortunadamente
- es el que por las redes ha armado una protesta mayúscula por la efusividad con la que los corredores toman esa carrera de 42k, contrastándolo con la evidente apatía de todo el
mundo - según ellos – de salir a marchar
y hacer bullicio cuando los convocan, para exigirle al gobierno respuestas por
todos los problemas que sufrimos.
Ellos dicen que todos esos corredores son una especie “disociados”,
gente desenchufada de la realidad, porque bien pueden salir alegremente a
correr a las 5 a .m
un domingo, pero ni de broma se animan a salir con una bandera a marchar y protestar por
las calles cualquier día de la semana.
Hace un año pasó la misma polémica en las redes. Muchos criticaban
a los corredores por trotar pero no protestar, por preocuparse solo por hacer
su deporte y no luchar por los derechos que tienen como ciudadanos. Decían que
cuando los partidos convocaban las marchas solo asistían unos cientos, mientras
que, en cambio, en esas carreras participaban miles.
Yo los defendí desde mi posición de corredor, y me caí a
insultos con varios de ellos por las redes; pero este año, en el que he estado
menos activo en la carrera, no quise polemizar públicamente con nadie, primero
porque las cosas en efecto están mucho peor que el año pasado, y segundo,
porque preferí reflexionar y analizar en solitario esta polémica, pero esta vez
intentado hacerlo desde la posición de ciudadano de a pie. Ya no como corredor.
Siempre arranco pensando que quien no entiende algo lo
juzga. Hace unos días vi una película excelente llamada “Meru”, que trataba
sobre la lucha – contra los elementos y la tragedia - de un grupo de
escaladores alpinistas, para coronar por
primera vez la cima del monte Meru, una montaña con paredes escarpadas casi
verticales en la India, considerada por los tibetanos como “el centro del
Universo. En esa película, el espectador prácticamente “vive” lo que los
alpinistas sufrieron – tanto en la montaña como fuera de ella – para conseguir
la hazaña; y esa bien lograda interacción entre publico y protagonistas es la
que me permitió entender - casi y no del todo - las motivaciones, la razón y el por qué esos
señores ponen en riesgo su vida para tan solo pisar una cima durante cinco
minutos luego bajar.
Cuando uno no entiende por qué algunas personas hacen
ciertas cosas, uno fácilmente se siente invitado a llamarlas locas o dementes.
Vemos a un alpinista dejar los dedos de los pies en el Everest y creemos que
esa gente tiene un tornillo flojo y nada más. Vemos a paracaidistas, a
corredores de Formula 1, que chocan un monoplaza, casi matándose, y a los pocos
meses vuelven al ruedo con más determinación, y no nos queda más que llamarlos
locos.
La irónica verdad es que todas esas personas, en la
práctica, están más conectadas con sus propias realidades y sus propios “yo”
que nosotros mismos. Ellos reconocen que su felicidad y la mayor satisfacción
de su vida está en hacer lo que hacen, por más riesgoso que sea. Mientras
tanto, en este mundo cada vez más globalizado y artificial, muchos de nosotros,
los comunes, aún no somos capaces de reconocer o encontrar la fuente inagotable
de nuestra propia felicidad. Nos pasamos la vida buscándola entre amigos,
redes, blogs, juegos, etc. y se nos suele ir de largo, por lo que terminamos
muriendo en el intento.
Entonces, viéndolo así, es normal que alguien que jamás
ha corrido en su vida, o solo lo ha hecho para escapar de un atraco, piense que
todas esas personas que madrugan y se visten para echar una extenuante carrera
de dos horas de un punto A a un punto B, son unos completos locos. Inclusive,
son llamados “pendejos” por los científicos del populacho. Pero no entienden
que los corredores son realmente felices cuando hacen eso. Cada vez que trotan
añaden felicidad a su vida.
Sin embargo, muchos críticos del maratón no se meten
tanto con la pasión del corredor por lo suyo, sino con la supuesta falta de
amor por la patria de estos, cuando, por el contrario, no acompañan con el mismo
fervor las marchas opositoras cuando estas son convocadas. Política, y como no,
patriotismo trasnochado por delante.
El luchar por la patria tiene muchos matices. Se puede
hacer desde la trinchera del campo de batalla, desde la oficina del que trabaja,
o desde la escuela, cuando un niño decide botar la basura en la papelera y no
en el piso, añadiéndole un granito de arena a un país más prospero en el
futuro. Pero como al venezolano le gustan los juegos de artificio, la bulla, la
parafernalia, y como no, los golpes de efecto como motores de tránsito del
camino fácil; bastante de ellos creen que luchar por la patria es solo formar
peo, quemar cauchos, vandalizar negocios y buscar tumbar al gobierno.
No de gratis Chavez se ganó un montón de adeptos, vendiéndoles
la idea de que todo en nuestra sociedad tenía que ver con “batallas”,
“comandos”, “luchas”, “trincheras”,
“rodilla en tierra”, “vanguardias”, y demás términos y estamentos militaristas,
a los que todo ser humano acomplejado le encanta adherirse, por hacerlo sentir
medianamente importante y con cierta cuota de poder.
Así que, apoyándose en este trastornado sentimiento
patriota, y buscando revivir el animo de combate opositor, en las redes muchos
quieren servir de arreadores para que la gente una vez más se anime a marchar
junto a los partidos políticos, para exigir al gobierno una salida a esta
crisis miserable que nos consume. Como si fuese así de fácil. Exigir y salir.
No se si la memoria colectiva falla, pero desde que
Chávez tomó el país por asalto, la población opositora ha marchado hasta el
hartazgo. Marchó a pelo desde el 2002 al 2004, viéndose involucrada como extra
en la momentánea salida del poder de Chávez, a cargo de unos militares
sublevados (y vuelto a poner por otros militares leales). Marchó contra el
homicida de opositores Joao de Gouveia, el Lee Harvey Oswald venezolano. Marchó
porque Chávez botó a un gentío de PDVSA. Marchó porque Chávez hablaba mucha
paja, marchó porque había que hacerlo para sacarlo del gobierno, marchó porque
era divertido, marchó porque en la marcha había buena música para bailar,
marchó porque la marcha estaba de moda. Marchó, marchó y marchó, hasta que la
propia palabra perdió el sentido entre la gente, y las supuestas marchas se
volvieron una vulgar bailoterapia entre viejas chismosas y panas ladillados.
Estoy seguro que si en esa época hubiesen existido las redes sociales y los
teléfonos inteligentes, todos tendrían un montón de selfies en aquellas
marchas, que podrían servirles como recordatorio de la enorme estupidez de esa
época.
Y qué decir de las más recientes, las del 2014, muy mal
llamadas las de las “guarimbas”. Donde murieron jóvenes estudiantes y gente
inocente por grupos de inteligencia gubernamentales. Y donde Leopoldo Lopez
terminó pagando los platos rotos de todo lo que ahí pasó, dentro de su
particular ambición personal de poder. La diferencia de estas con las
anteriores es que el gobierno se radicalizó y las disolvió todas rápidamente a
gas y plomo, pero poco a poco se veía que todas esas marchas iban degenerando
en los mismos espectáculos vergonzosos de una década atrás. Muchachos usando
sus smartphones para comunicarse tipo walkie talkie con otros en otras marchas,
creyéndose “operadores de inteligencia”, avisando a todos la ubicación de la
guardia nacional, mientras que, en el mismo canal del walkie, otros les
saboteaban la “estrategia”, mentándoles la madre o tirándose peos por los
canales.
Entonces, ¿marchar?. El venezolano con memoria, cansado y
atribulado, que ve como se le viene el mundo encima con tanta escasez,
delincuencia y ahora sin luz, no quiere marchar. Quiere salir ya de todo esto,
de este infierno. Y siente que los caminos democráticos e institucionales se le
han cerrado en la cara. Muchos venezolanos ya sienten que la marcha con
banderas y pitos de un punto A hasta B ya no sirve de nada. Si la propia
Asamblea Nacional, elegida popularmente, está siendo anulada por un poder
judicial elegido a dedo por los diputados chavistas de antes, ¿Qué más queda
por hacer?.
Venezuela ya marchó, y lo hizo bastante. La gente ahora
lo que quiere es protestar. Está tan molesta e impotente que tienen ganas en
verdad es de hacer desastres, de cerrar calles, de saquear negocios, y de
quemar a delincuentes a cielo abierto. Y ya no es solo el venezolano en pobreza
extrema, sino el que solía tener mas recursos, el clase media, que quiere decir
a todo pulmón ¡Ya basta!.
Y los partidos políticos no saben digerir y canalizar ese
sentimiento contenido de la gente; lo confunden o lo menosprecian, y siguen
convocando a marchas de protesta pacífica y ordenada contra los abusos velados
del gobierno. Se desconectaron de la población – si es que alguna vez
estuvieron conectados – y ahora no saben como recuperar la credibilidad. El
grueso del país, en sus entrañas revueltas, ya no es pacífico, ni ordenado.
Está esperando algo que lo haga estallar.
Entonces, es claro por qué no se puede comparar a 10.000
corredores una mañana de domingo, con una población marchando en ánimo de
protesta contra el gobierno. Si está comprobado que el correr garantiza una
mayor oxigenación en el cuerpo y mejora la salud en general, de igual manera se
comprobó que aquí todas las marchas de protesta que se han hecho no han llevado
absolutamente a nada ni han resuelto nuestros problemas.
Y no hay que olvidar que la crisis económica de nuestro
país nos ha golpeado durísimo a todos. También a los corredores. Muchos han
dejado de entrenar para asumir dos trabajos, ya que con uno solo no pueden
costear los gastos mensuales de su hogar. Otros han parado porque se han
quedado sin calzado para correr y los reemplazos ya cuestan cientos de millones
de bolívares. Y otros simplemente se han quedado sin tiempo para disponer, ya
que estas complicaciones relacionadas con el racionamiento de la luz, la
escasez de alimentos y su elevado costo en el mercado negro, nos han trastocado
el modo de vivir a todos por igual.
Antes de analizar en frío la polémica que se dio por el
maratón CAF del domingo, yo puse en la mesa todas esas cartas que mencioné
anteriormente; y se ve claro que los corredores de ese evento no son ningunos
apátridas por solo hacer deporte en masa. Es más, me dije, ¿Quién sabe si
muchos, o la mayoría de ellos, luego van a las marchas que convoca la
oposición?, es algo que no puede saberse, y por lo tanto nadie puede
criticarlos por eso.
Pero también me tomaron de asalto otras preguntas, cuando
analicé el deporte mismo del running desde mi punto de vista, el de corredor
afectado fuertemente por la crisis que vivimos. ¿Cómo hace esa gente para
entrenar?, ¿Cómo se costean unos zapatos de correr que hoy están incomprables
en el mercado?; y para algunos deportistas del interior del país: ¿Cómo hacen
ellos para viajar y pagarse una estadía en Caracas, con lo costoso y difícil
que es conseguir pasajes de avión?.
En mi ciudad algunos grupos de trote pagaron en conjunto
sus pasajes, y tal vez al por mayor hicieron menos costosa la estadía, pero en
el fondo queda la misma incógnita: ¿Será que la crisis económica no ha tocado
tanto a esas personas?, ¿Todavía tienen dinero para pagarse unos zapatos
Addidas, Nike, A-Basics, o Saucony, especiales para estas carreras?. Más allá
de la brutal inflación que hay en los precios de todo, ¿esos atletas aún tienen
algo de dinero extra para permitirse esas cosas, que para el común mortal ya
rozan el plano de la extravagancia?
Y por todo lo que dije antes, pensé, ¿será que pueden
tener algo de razón aquellos que dicen que esos deportistas están
“desconectados” – ya no a nivel de amor a la patria sino económico – de la
realidad del país?.
Desde ese punto de vista es probable que así sea, porque
solo alguien que tenga un ingreso de dinero bastante considerable, puede
superar todas las tribulaciones económicas que vivimos y literalmente seguirse
dando el “lujo” de entrenar lo suficiente y competir en carreras de esta
índole, más aún si estas se dan en otras regiones del país a donde se tiene que
viajar para correr.
Yo amo el running, pero en mi caso, la crisis económica y
estructural del país me ha tocado. Cuando corro me alterno entre dos únicos
pares de zapatos, uno viejo y otro nuevo. No hago colas kilométricas por
comida, pero mi carro se quedó sin cauchos y no tengo el dinero para
comprarlos, así que no puedo movilizarme como quisiera. Entrenar y participar
en carreras cada año se me hace cuesta arriba, y es ahí donde no entiendo cómo
hacen esos corredores del maratón CAF, venezolanos igual que yo, que enfrentan
estas situaciones como yo, para superar estos problemas y continuar.
No los juzgo para nada, puesto que comparto con ellos esa
pasión deportiva, y trotar no es ni de cerca lo mismo que protestar, pero la
inquietud me queda abierta. Como dice el refrán del chino: “sin leal no hay
lopa”, y en este país para todo se necesita dinero, y bastante. Hasta para
correr.
Ellos – los corredores – son los únicos que tiene la
respuesta. Ellos sabrán si para viajar y participar en un maratón tipo CAF o
para comprarse unos zapatos, empeñarán joyas, propiedades o piden créditos a
los bancos, o, por el contrario, solo destinan algo de sus excedentes para
seguir satisfaciendo su pasión.
Me es difícil creer que la mayoría de los corredores
venezolanos del CAF sean un montón de ricachones a quienes les sobra la plata;
pero también me cuesta creer que sean en su mayoría corredores de medianos
recursos, que hacen hasta lo imposible por estar ahí.
Puede ser que los “genios” de las redes sociales estén
suponiendo lo primero cuando dicen que esos maratonistas son a la final unos
apáticos para protestar. Porque solo los asumen como gente de plata. Gente que
se da el lujo de salir a la calle solo a correr y no para exigir salidas al
gobierno a esta crisis.
¿Tendrán razón en algo de lo que critican?, ¿Quién sabe?,
algunas cosas son obvias, otras no tanto, pero como dije, la respuesta solo la
saben y la llevan a cuestas los corredores, en su corazón y en sus zapatos.
Yo solo sé que correr es bueno. Y siempre vale la pena
sacar el tiempo y los medios para hacerlo.
Y es todo lo que tengo que decir, acerca de eso.