De niño pasa
muchísimas veces. Un montón de muchachitos se arremolinan a la orilla de una
piscina con el espejo de agua impoluto, porque nadie se ha atrevido a meterse
en ella desde el día anterior. Están todos ahí porque es una fiesta, con
piscinada incluida, pero, por una extraña razón, han pasado casi 30 minutos,
todos los niños están vestidos con sus trajes de baño, pero absolutamente nadie
ha chapoteado el agua.
¿Por qué pasa
esto?, porque nadie quiere ser el primero en joderse, ya sea ahogándose por lo
hondo, cogiendo una infección por lo sucio, o quedar tullido por el frío del
agua del estanque. Todos quieren saber lo que pasa con el primero que se lance,
para luego ellos, en manada, seguirle en la diversión.
Por supuesto, al
primero nadie lo elige. La situación que se presenta es de lo más extraña
porque, mientras nadie se atreva a sacar la cara, la muchachada permanecerá
estúpidamente parada frente a una piscina sin tocarla, en una fiesta con
“piscinada”. Y ahí pueden quedarse hasta que termine esa fiesta.
Pero siempre puede
más la emoción y es cuestión de tiempo que alguien salte. Todos los muchachitos
se van a mirar a la cara unos a otros buscando el rostro del más huevón de
todos ellos, para luego respirar aliviados cuando el susodicho decida dar el
paso al frente.
¡Chuplún! Listo.
Ahí se terminó la tensión y comienza la diversión. Y los padres de esos chicos
pueden llegar a pensar que esas tonterías son cosas de niños, pero se
equivocan. También son de adultos, y sí, nos vemos igual de estúpidos
haciéndolo, y hasta peor porque somos “adultos”, Dah!
En mi conjunto
residencial pasó un evento que generó una parálisis colectiva similar a la que
sufren los chicos frente a una piscina que nadie ha tocado. Tocó renovar la
Junta de Condominio,
Si hay algo más
incomodo que vivir en comunidad con gentuza, cuya calidad humana apesta como la
caseta de la basura, es tener que verse un día a las caras y elegir de entre
ellos a los representantes legales del conjunto. Para semejante misión,
reunieron a todos los vecinos que pudieron en la plaza principal del conjunto.
La junta de
condominio es como la versión repulsiva, sucia y adulta de la piscina infantil
del ejemplo que di antes. Y en esta comparación están las diferencias. En el
ejemplo de los niños todos querían lanzarse pero tenían miedo, mientras que a
la asquerosa piscina del condominio nadie quería saltar, pero alguien tenía que
hacerlo.
Cuando la anterior
junta de condominio anunció que debería elegirse en ese mismo momento una nueva
junta, la reacción de todos los vecinos fue una fotocopia de la de los niños de
la fiesta. Así, nos vimos todos parados ante la abismal pileta de mierda con la
misión de elegir a siete representantes (uno por torre), para conformar una
nueva junta. Pero nadie podía ser elegido a dedo, había que echarse a la mierda
de forma voluntaria.
Y en ese momento
todos volvimos a nuestra niñez.
El silencio en el
recinto fue sepulcral, pero la gente no paraba de mirarse las caras, como
buscando al héroe que alzara su mano y aceptara ser el representante de la
torre que les correspondía. Minutos antes nadie quería verle la cara a nadie,
pero ante la magnitud del embrollo, ya todos empezaban a parecer simpáticos.
Igual que en la piscina de los niños: “Anda tírate
tu”, “dale que tu puedes”, “lánzate que no está fría”, “yo no se nadar”, etc.
Antes del primer salto nos caemos bien todos, luego de eso, si te he visto no
me acuerdo. Sobraban las simpatías y sonrisas nerviosas para
sacarse el despreciable compromiso que teníamos todos encima. Yo, como siempre,
no sonreía.
“Alguien que le
eche bola”, fue una expresión que sonó en la reunión, que fue un calco del
grito típico de los niños frente a la fría piscina. Pero no tuvo resultado. Nos
seguimos mirando por un rato frente al sucio pozo de la junta de condominio, y
muchos debieron haber deseado que hubiese habido niños jugando por las
cercanías, que rompiesen, con sus gritos, el silencio asfixiante de la incomoda
reunión.
Al rato salió un
varón, y detrás de él, otros con menos ánimos. Pero no se contagió la emoción y
quedó una torre sin representante, y al menos otras tres con representantes a
regañadientes. Fue muy poco lo conseguido, y los representantes principales del
condominio terminaron siendo los bebedores de licor más irrespetuosos de todo
el conjunto. Pero al menos se logró romper el silencio espantoso que había y,
por supuesto, luego apareció la camaradería fingida y la echadera de broma
entre los vecinos por la elección de la nueva y flamante junta. Igual que en la
piscina de los niños, luego, si te he visto….
Es un alivio
liberarse de ese tipo de tensiones que nos da el esperar que alguien tome la
decisión de dar el primer paso, pues así somos los que seguimos y no lideramos.
Nos la damos de vivos creyendo que con el primero que se lance nos beneficiamos
los de atrás. En algunos casos, el juego de la piscina nos puede salir como un
tiro por la culata, como pasó con nuestro condominio, que puede haber caído en
manos equivocadas, ante las risitas cómplices del resto de los vecinos que
estuvimos en la reunión.