viernes, 29 de mayo de 2009

Cuando la Milla verde es demasiado corta


El título de este relato está relacionado con una frase de una conocida y aleccionadora película protagonizada por Tom Hanks, en la cual hace el papel de un oficial de custodia en el pabellón de la muerte de una cárcel de alta seguridad en el sur de los Estados Unidos durante la época de la gran depresión. En ella, el mismo se encarga de repartir justicia divina a todos los reos que allí son llevados, condenados a muerte por crímenes atroces, poniendo fin a sus vidas al pasarlos por la silla eléctrica, no sin antes hacerlos recorrer el largo pasillo del condenatorio, conocido por todos como la Milla Verde, por el característico color verduzco claro del piso.

Durante su trabajo conoce a un reo negro que fue condenado a muerte por el asesinato de dos niñas de forma salvaje a campo abierto. Mientras espera ahí por el día de su muerte, el reo le revela a Hanks su verdadera naturaleza y la verdad detrás de la muerte de las niñas. El hombre le muestra que era inocente, y no solo eso, le mostró que era poseedor de un don impresionante de absorber toda la maldad, el dolor, y el daño que había en el mundo además de poder sanar y devolver a la vida a la gente. Sin embargo, la justicia divina del penal no le impidió a Hanks cumplir con su trabajo y terminar con la vida del que llamó “uno de los milagros de Dios”.

Hanks, por esto, fue condenado sin saberlo a sufrir un destino diametralmente opuesto pero igual de trágico. El reo, en aquel momento en que le reveló a Hanks toda la verdad de su persona, le traspasó parte de su poder y le infectó con vida haciendo que este viviera mucho más allá de lo esperado: Eternamente. Para este verdugo la Milla Verde resultó ser demasiado larga.

Pero para otros no lo es tanto, y este es el tema del que quiero escribir. Esa milla, ese corredor hacia nuestro inevitable destino, para algunos es tan largo que llegan a vivir una gran cantidad de años, a tal punto que llega a un momento de sus vidas en el que se preguntan cuándo Dios vendrá por ellos; pero para otros, ese pasillo color verde resulta ser algo menos que un corredor muy corto, tan corto que no tienen tiempo de descubrir el por qué estuvieron de paso en este mundo.

Hace unos días estando de viaje con unos amigos, me enteré de una noticia sobre la muerte trágica de un chico de 19 años, amigo de la familia de mi esposa y bastante conocido por mí. Venía de Maturin, de visita luego haber comenzado sus estudios universitarios allá. Era un chico trabajador, con vida en la mirada y con muchas ganas de superarse.

Pero no pudo ir más allá. Su vida terminó de repente en un accidente de tránsito fatal, sin que este pudiera darse por enterado de ello ya que iba durmiendo en uno de los carros involucrados en el accidente. Regresando el tiempo un poco, más o menos unos 3 o 4 meses, el chico me había saludado jovialmente (como siempre lo hacía desde chico) en casa de mi suegra cuando estábamos de visita por allá, consternados por la muerte trágica de un chico de esa calle, amigo igualmente de la familia, y que en ese instante acababa de perder la vida en un accidente contra un camión. Ellos dos eran amigos y en ese momento él era un observador.

Si regreso más el tiempo, unos dos meses más, lo habría visto nuevamente en casa de la familia de mi esposa, acompañándonos en el lamento por la muerte de un primo de la familia a manos del hampa. Ese otro chico tenía menos de 20 años. Eran jóvenes, muy jóvenes.

De vuelta al presente, recuerdo los velorios de esos tres muchachos, llenos de gente joven despidiendo a sus infortunados amigos. Igual no puedo evitar recordar los funerales del hermano menor y la prima de mi esposa junto a su pequeña bebé no nacida. Durante mi vida he asistido a varios funerales y curiosamente ninguno ha sido de personas viejas. He visto como se cierra el ataud de chicos que parecían tener todo por delante, que estaban logrando cosas, creciendo, casándose y teniendo hijos, y la sensación da escalofríos.

Jóvenes, hermanos, primos, amigos y conocidos se despidieron tan pronto de nosotros y tan inesperadamente que el sentimiento de vacío envuelve todo con un manto de incertidumbre sobre el tiempo que nos queda, que a mi particularmente me hace sentir tan frágil y pequeño ante los designios de Dios. No queda otra cosa que preguntar: por qué?

Todos hemos alguna vez desfilado y coqueteado con la muerte pero es increíble cómo los que vivimos no nos explicamos cómo otros mueren. Hemos aprendido a explicarlo y a darle una razón positiva que nos haga sentir menos efímeros e insignificantes en el universo. Decimos que “era su momento”, o “Dios lo llamó pronto a su reino”, pero para personas como yo estas cosas no solo son pruebas de fé sino de hechos concretos, y ciertos. Lo concreto es que la vida es corta, muy condenadamente corta, y hay que decirlo. Dios, en su maravilloso y enorme poder, nos dio el tiempo de una simple vida humana para que nuestro espíritu tomara forma física y saboreara el amargo y a la vez dulce sabor de vivir. Ahora la prueba de fe es que siendo de carne y hueso nuestro espíritu, que a veces tambalea y flaquea, pueda seguir creyendo en Dios luego de que cosas como estas les pasan a otros.

Si cuando ayer por la tarde le saludaste o hablaste un rato con esa persona, hoy le preguntas a un familiar cercano dónde lo están velando o si ya lo enterraron. Me ha tocado preguntar eso y el nudo en mi garganta solo se compara con el tamaño de mi incredulidad al momento de preguntarlo. Es que cuando uno pregunta eso, la mente se vuelca al hecho de ver a la persona misma guardada en una caja y descendiendo a 3 mts bajo tierra, cuando hace un momento o hace unos días lo viste echando broma por ahí. Y el golpe es aún mayor cuando el rostro que ves es el de un niño, con la juventud en el rostro pero sin la vida en su cuerpo.

El silencio infinito de un cementerio y el simple toque del viento que da en el rostro de los que aún estamos aquí, nos recuerda que de una vida llena de ajetreo y caos siempre sobrevendrá la paz para nuestro cuerpo. Esos chicos que he visto partir lamentablemente no tuvieron tiempo, Dios los pidió por adelantado y a muchos nos deja con la pregunta sin respuesta mientras a otros con la respuesta sin consuelo ni satisfacción. Hay cosas en este mundo que jamás tendrán explicación, y cuando la Milla verde a veces es tan corta, no hay por qué buscar el por qué a todo lo que nos pasa. Simplemente hay que vivir, sin temor ni afán, pues las cartas están echadas y nuestro reloj oculto marca una hora desconocida para todos nosotros. Todo se sabrá cuando llegue el momento de reencontrarnos con Dios y con aquellos que se fueron primero.

Q.E.P.D

Una Nueva Batalla: El Peso

He vuelto, sí, he vuelto, desde hace muchísimo tiempo pero he vuelto, y de qué manera. Desde mi último post pasaron miles de cosas que podría relatar y reflexionar aquí pero creo que el tiempo no me dejó el chance para desahogarlas y liberarlas de mi sistema en su momento, claro, como contribución a mis estudios nunca concluidos (ni iniciados) de psicología. Además, en este momento estaría demás hablar de cosas pasadas, que aunque fueron aleccionadoras, son tiempo muerto y buche de plumas para lo bueno a malo que pasa cada día. Además yo se saldrán coladas una que otra vez en mis próximos relatos, si Dios quiere.

Por eso desde ahora, quiero darle un nuevo sentido a mis Realidades y Reflexiones buscando convertirlo en una especie de DIARIO de realidades y reflexiones. Tratar de escribir un poco más seguido sobre algunos episodios de mi absurda pero gratificante vida que, como a todos, me llena siempre de lecciones y de nueva sabiduría y formas de ver el mundo. Como quien dice: “cada día pasa algo nuevo”, aunque hagas lo mismo una y otra vez y te canses de ver a la misma gente todos los días.

Una vez dije que todos los seres humanos, si no fuéramos tan egoístas ni yoístas, estaríamos todos los días de nuestra vida en una batalla constante, infinita, contra nuestros miedos, limitaciones, defectos y etc, etc. Hay batallas de la mente, batallas del espíritu, y batallas de lo físico. Hasta este momento siempre había peleado en las dos primeras, porque siempre gocé de buena salud y lo físico no me afectaba. Pero como no se puede estar todo el tiempo en las nebulosas luchando por la inmortalidad del cangrejo, ni retando hasta el infinito los límites de la imaginación, el destino y la batalla de lo físico en mi vida eran crónica de una muerte anunciada, una lucha que en algún momento tenía que llegar.

Entonces, mi guerra, como la de todos, empezó frente al espejo. Uno se ve al espejo y resulta que siempre ve cosas nuevas. Las mujeres se ven de todo, y no me atrevo a nombrar ni una sola cosa de las que las mujeres se ven al espejo porque entonces mi esposa voltearía los ojos o aquella fémina que lea esto diría: “Ay qué estúpido, quién se cree??”, así que bueno. Pero uno el hombre, cae con la vanidad, y es sorprendente como cambia todo cuando pasan los años. Cuando uno está jovencito se mira a ver qué tan papa está, si tiene una espinilla, cómo tiene el cabello, la sonrisa, o practica la cara de galan, o la de bromista, o la de sensible (que es la más efectiva para muchos), o llegan al extremo de sacar un cinta metrica y… bueno, se dan casos. En cambio, uno, y me refiero a “uno” como aquél ser humano, hombre, como yo, de 28 años, casado desde hace 2, y que no hace ejercicio como en sus tiempos de Aquilesca Gloria, se ve algo menos allá de lo evidente e infinitamente más simple: La barriga. Esa protuberancia redonda que muchos cultivan y se pulen con orgullo, y otros la tratan como un miembro más de su familia. El vulgar núcleo de nuestro peso.

Me vi al espejo y no me cuadraban las matemáticas. Tenía, por primera vez en mi vida, barriga. Una foto reciente de mi vestido en traje de gala me hizo sentar cabeza. Lo negué por mucho tiempo pero sí, estaba gordo. Dios, no se lo que me ha pasado!.

Recuerdo que en mis tiempos (suena a viejo decrepito pero CRISTOO!!), yo jugaba futbol en las tardes, básquet por las noches y tomaba ron por demás sin recibir más castigo que un físico excepcional, con abdominales perfectamente formados, y musculatura tonificada. Que vaya y abrupta metamorfosis la de este año. Un pasado olvidado y gratamente recordado en fotos.

Los tiempos claramente no son los mismos y uno para nada es el mismo, pero jamás creí que llegaría a tener el peso que tengo y que una de mis batallas sería contra la obesidad. Peso 84 kg. Sé que muchos dirán que eso es absurdo, que eso no es estar gordo ni mucho menos obeso, pero el que diga eso es porque pesa más que yo.

Cuando no me había casado pesaba 62 kg, y era una soberana lucha tratar de subir un kilo comiendo por lote. La ironía del asunto es que yo, en la gloria, lo intentaba, buscaba engordar, agarrar más carne y menos hueso, para que al final, luego de una década, sí, de gloria, viniese a terminar clavado por el karma de mis propios deseos de juventud.

He comenzado desde ayer la que yo llamo la dieta del KornFlakes, buscando eliminar los excesos de grasa a los que estoy gustosamente acostumbrado comiendo pizza, pollo o hamburguesas a altas horas de la noche. Es un suplicio, un crimen. Preferiría hacer ejercicios para eliminar calorías pero parece que necesito más de dos horas corriendo para reducir grasas, y mi trabajo a 45 minutos de mi casa, me deja con poco tiempo y pocos ánimos para batallar. La barriga no baja, y al contrario parece que sube. Hasta parece que se empina como retándome y diciéndome en mi propia cara: “Necesitaras algo más que alpiste para librarte de mí!”. Me da rabia afirmarlo pero creo que es cierto.

Tendré que poner mi rutina diaria en cintura para revertir el daño. Comienza el diario reflexivo de mi propia vida

Continuará…