sábado, 9 de febrero de 2008

Quijotes de la Mente

Hace unos cuantos años, en el mundial de futbol de 1994, Brasil se midió con su similar de Italia en la gran final de esa copa. El duelo de titanes fue tan parejo que el careo se tuvo que definir en el modo más emocionante e infartante que puede haber para un ser humano: Penales. Roberto Baggio, gran ariete mediapunta de los Italianos, y ganador ese mismo año del Balón de Oro y el premio al mejor jugador de la FIFA, le tocaba cobrar un penal crítico. Massaro había fallado su cobro anterior y había dejado el careo 3 goles por 2 a favor de los Suramericanos, por lo que su anotación era de vida o muerte.

La fanaticada daba por hecho ese gol pero la tensión era impresionante. Un fallo y Brasíl se convertiría automáticamente en el campeón mundial de ese año. Pero... era Roberto Baggio. Ese que marcó 2 goles espectaculares a Nigeria en octavos, 1 golazo a España en cuartos, y 2 perlas a Bulgaria en semifinal. El asunto era un tiro al suelo, pero no, el mundo se equivocó. El gran Baggio disparó el balón por encima del arco dejando a Italia con las manos vacías en una final que a más de uno dejó gritandole al televisor: Qué demonios te paso desgraciado?


Y es algo lógico. Comó va a ser que un crack, que marcó goles increibles en los partidos previos, iba a fallar un disparo a pelota detenida desde el punto penal?. Se requiere más temperamento, habilidad, agilidad, velocidad y técnica para llevarse a dos defensas y hacer un gol cruzado que para marcar un penal. Pero al parecer eso no lo es todo. La presión que pesa sobre el momento cumbre del cobro, los nervios de medio mundo puestos en ese segundo en que se da el chute al arco, la mente que se abarrota de ideas y de estres por hacer lo que se debe, le juegan a los sentidos la mala pasada que nadie se esperó.

Mucha de nuestra habilidad y capacidad para algo se ve eclipsada por el efecto de la tensión que nos causa el saber que tenemos que hacer algo, y lo tenemos que hacer bien. Convertir un penal crucial donde la reputación del futbolista está en juego, es similar a esos momentos de nuestras vidas donde tenemos que tomar una decisión que podría poner nuestra vida en vilo. Un todo o nada. Es chistoso, pero esas dos situaciones son tan parecidas que hasta se parecen el en hecho mismo de que en ambas es una total ilusión que tanto la reputación del futbolista como la vida de uno están en juego. Es mentira, en un penalti la reputación del tipo no está en juego. En una decisión que tomemos, por más crítica que sea, nuestra vida no estará jamás en vilo; bueno, a menos que la decisión de uno sea saltar de un puente o ahorcarse.

Ilusiones. Su origen está en la mente, y solo ahí. ¿Cómo un jugador de la talla de Roberto Baggio falla un penalti cuando durante toda la copa marcó goles impresionantes?. Simple… la sola idea de fallar lo hizo perder toda la fuerza, concentración y agudeza de sus sentidos. Era el gol de la copa, el gol de su vida, si se puede decir, y el peso de convertirlo se volvió un lastre y se volvió contra él. El temor a fallar y a lo desconocido se apoderó de su cuerpo y ya… se acabó el gran goleador.

La gran maquina de nuestra mente es tan potente y poderosa que sus excesivas funciones y pensamientos a veces nos limitan más de lo que nos benefician. Los genios, a pesar de ser grandes en sus dones y sus habilidades, resultan ser la mayoría de las veces grandes enrollados, ensimismados, con baja autoestima y apartados de la sociedad. No controlan su don y no canalizan su energía. Yo lo llamaría el síndrome de La Mente Que Piensa Demasiado.

Particularmente yo creo fuertemente que aquel que usa su cerebro para pensar más de lo que debe se está explotando a si mismo y por ende limitándose. Yo me considero una persona profundamente reflexiva, en todo veo un aprendizaje y una lección para la vida, soy muy pensador, medito mucho y pienso a veces de más, hasta tal punto de temerle a algo que no tengo ni la menor idea de cómo va a pasar o si en verdad va a pasar. Muchos podrían llamar la capacidad de reflexionar un don, pero en realidad, y como todas las cosas, tiene muchos bemoles contra los cuales batallar.

Es entonces, durante esas batallas internas entre mi cerebro y yo, cuando pienso y digo: ¿Qué será mejor? ¿Pensar y después hacer? O hacer y luego pensar lo que se hizo?. Habría Roberto Baggio encajado ese gol si solo hubiera pensado: “Ahhh que carajo! Un gol más pa` la canasta!” y Bum!?. ¿Habría cobrado a su mejor estilo y listo? Italia Campeón? Bueno no sé. Es posible que sí porque sin exceso de equipaje vamos mejor, pero es factible que también lo hubiera fallado. Ya no por causas mentales y de presión, sino por causas verdaderamente físicas…le dio un yoyo y lo peló. Así como le pasó una vez a Beckham que al cobrar un penalti se le fue el pie de más y voló el balón como 10 metros por encima del travesaño y a la tribuna.

Entonces, pensando y estresándose se puede fallar, y no pensando ni martirizándose también. Entonces que es mejor? Obviamente no pensar. Hacer y luego ver la plasta o maravilla que se hizo. Meditar menos sobre las posibilidades, probabilidades y porcentajes de éxito. Que las matemáticas se queden con los números y nuestro cerebro para lo que está. Es la decisión más práctica, y a la postre, la mejor. Está muy apegada a la frase “La ignorancia es dicha” porque el que no piensa ni sabe, no se estresa ni se da mala vida.

Ah!, pero con esto no estoy diciendo que debemos despojarnos de toda reflexión o meditación hacia las cosas. Nada que ver. Solo quiero equilibrar la balanza como buen librano que soy. Una vez escribí que la reflexión es un don que tenemos todos y que solo hay que trabajarlo y ponerlo en práctica. Lo que me faltó decir es que en esta vida y en este mundo regido por la teoría del Caos, ningún sistema está exento de imperfecciones, y por ende, el reflexionar sobre todo, a veces nos puede traer más carga de equipaje de lo que queremos. Arma de doble filo puede ser.

Es increíble lo bien que podemos llegar a hacer algo sin que hayamos pensado ni meditado mucho para hacerlo. Pareciera que la presencia de la mente en esas circunstancias resulta más una traba que un medio para facilitar las cosas. Baggio por ejemplo, en una jugada cara a cara con el portero, la dinámica del juego no le permite pensar ni meditar sobre lo que debe y cómo debe hacerlo, tiene menos de un segundo para encarar, disparar o pasar el balón para que se haga el gol. Ante aquel penalti, Baggio se encontró igualmente ante múltiples opciones: Hacia donde lo cobro? Izquierda?, arriba? Disparo fuerte, rastrero o colocado? En ambas situaciones la misma carga, el mismo objetivo: Meter el gol. La diferencia?: El tiempo que tuvo para pensar y llenarse de ideas. En la jugada rápida la mente no tiene chance de analizar, se debe decidir y actuar inmediatamente, dándole chance de jugar al instinto y sentando en la banca a la cabeza. Pero nuestra habilidad primitiva, El Instinto, no siempre está en la plantilla de jugadores convocados.

Yo diría que los seres humanos somos 80% pensantes y 20% instintivos. El instinto sería la mejor herramienta para combatir el Síndrome de la Mente que Piensa Demasiado. Es una habilidad hasta extrasensorial que funciona sin las ataduras ni leyes de la mente y nos permite tomar las decisiones con rapidez y actuar sin miedo. Sería como un remedio para los que pensamos a veces de más, pero lamentablemente, y gracias a nuestra evolución hacia el Homo Sapiens, nuestros instintos solo tienden a aparecer cuando estamos ante una situación de decisión rápida o de vida o muerte. Y obviamente, estando en el tope de la cadena alimenticia, en nuestra vida cotidiana no hay mucho chance para que nuestros instintos actúen.

Entonces, ¿estamos condenados por nuestros pensamientos? No lo creo. Se puede pelear y batallar, y en cierta forma ganar. Para muestra un botón: Mi madre. Mi mamá es una persona que ha superado grandes y terribles miedos en su vida. En su juventud siempre fue muy insegura para casi todo - creo que a nosotros sus hijos no nos ha contado sus miedos más profundos para que no lleguemos a creer que tiene un toque de loca -, y tuvo que enfrentar grandes pruebas en la vida de las cuales salió airosa y aprendió para siempre sus lecciones. Usó miles de herramientas de autoayuda, bien usadas por cierto, porque el 95% de la sociedad cree que los libros de autoayuda son una forma de “curarse leyendo”. Ah!, y mi madre es ultra reflexiva hasta la medula, y creo que por ahí viene nuestro toque. En la actualidad ella, con sus años de experiencia, ha sabido manejar, hasta cierto punto, los pro y los contra de ese Síndrome de la Mente que Piensa demasiado. Sabe casi siempre cuándo utilizar la cabeza y cuándo dejar de hacerlo. Sabe identificar cuándo nuestra mente nos ayuda y cuándo nos perjudica. Luce fácil, pero la verdad es que requiere un trabajo enorme en el interior de la persona, y es prácticamente un proceso de estarse acechando siempre a sí mismo para evitar caer en las pesadillas de la mente.

Yo muy pocas veces he podido ver a mi madre doblegarse o notarle el miedo para algo. Pero hace como un mes tuve el chance de doblarle las rodillas. Un día ella y yo regresábamos en su carro desde de Pto Ordaz a Ciudad Bolívar. Cerca del distribuidor de vías que llevaba a Bolívar y al 2do Puente sobre el Orinoco se me ocurrió la idea de invitarla a cruzar esa estructura que ella jamás había atravesado. Su respuesta inmediata fue una maraña de escusas y por quéses ocultos bajo una sonrisa de temor. Yo le dije que teníamos tiempo de cruzarlo y retornar rápidamente hacia Bolívar. Ella aceptó el reto propuesto y entramos, pero desde mucho antes de entrar ya se habían activado todos sus mecanismos corporales de alerta hacia lo desconocido. Empezó a sudar las manos, estaba blanca y tenía helados los dedos de las manos. El temor era evidente en su mirada. Era una extraña mirada que decía: ¡Oh Dios, que bello es este puente!, y al mismo tiempo estaba diciendo: ¡OOh Dios, que largo es este puente!, cuándo saldremos de aquí??. Atravesamos el puente una vez y…oh sí, tuvimos que pasarlo de nuevo para volver a Bolívar. Mi mamá no retomó su estabilidad física hasta que nos incorporamos de nuevo a la carretera Pto Ordaz-Ciudad Bolívar, cuando la cara bien conocida de la vía la hizo sentir nuevamente en casa. Se lanzó al agua, pero se llevó una cuerda consigo para volver rápidamente al bote. Sola, jamás lo habría hecho.


Miedo a lo desconocido, miedo a la incertidumbre. El temor a no saber lo que pasará, y el temor a lo que podría o no pasar. Ataduras de la mente. Ver a mi mamá batallando contra su mente y sus reacciones físicas producto del temor, me hizo dar cuenta del poder que tiene el miedo a lo desconocido, y verme a mi mismo batallando contra las ideas sobre el futuro incierto me ha hecho darme cuenta del poder que tiene el miedo a la incertidumbre. No solo nos bloquea mentalmente sino que nuestras propias funciones biológicas se distorsionan a tal nivel que podemos sudar incontrolablemente, aterrorizarnos, estresarnos y fallar el penalti de nuestra vida como Roberto Baggio.

Es por eso que el que piensa en exceso siempre le ve el “pero” y lo malo a las cosas. Mi mamá me ha mostrado que se puede pelear contra eso solo haciendo las cosas, sin pensar mucho, chutar para ganar. Se suda, se tiembla pero se chuta. Somos dueños y esclavos de nuestros pensamientos. Tal vez la batalla contra el miedo a lo desconocido sea un caso perdido, tal vez jamás dejemos de sudar y tener miedo y pensar tonterías acerca de lo que nos viene, pero definitivamente vale la pena decirle de vez en cuando a la mente: Jódete!, aquí mando Yo!. Eso da felicidad, nos pone a ganar, y sólo por eso, vale mil veces la pena.