Cuando niño, las películas fueron las que despertaron mi amor por los misterios del tiempo. Terminator fue la primera que me puso al tanto de esas teorías sobre el tiempo que ya había manejado H.G Wells hace más de 100 años en su aclamada novela: La Máquina del Tiempo. Ok, es una gran grosería comparar a “La Máquina del Tiempo” con Terminator, y por eso quiero dejar claro que solo algunas cositas de la novela de Wells fueron tocadas en esa película de ficción, mas no exageremos, realmente no hay punto de comparación. Más bien olviden lo último que dije…bórrenlo, no he dicho nada.
Bueno continúo. La historia del Terminator fue concebida hace más de 25 años por un “tal” James Cameron, que para la época era un desconocido y que luego de unos cuantos años sería el director más taquillero de todos los tiempos con su pequeña y modesta película: Titanic. Cameron solo tocó el tema sobre el tiempo en sus dos películas de Terminator y nunca más, citando al tenebroso cuervo de Edgar Alan Poe.
Tristeza para mi pobre corazón diría yo, y eso que me estaba empezando a gustar ese tema sobre el viaje en el tiempo. Sin embargo, no pasó mucho tiempo, y un joven director norteamericano, muy innovador por cierto, llamado Robert Zemeckis, sacó a la luz una película que volvía a tocar el tema del viaje en el tiempo y sus implicaciones, esta vez con algo más de “estilo”. “Volver al Futuro”, un exitazo con nombre de paradoja, me metió de lleno en el tema y despertó mi gran pasión por el Tiempo. Esa historia de un joven viajero que pudo ver a sus padres conocerse en el pasado, y a sus hijos en el futuro, abrió mi mente a esos sueños de niño de viajar hacia atrás, adelante y verlo todo sin envejecer. Yo se que si nos hubiéramos conocido mejor, mi abuelo paterno me habría dicho: ¡Caraj…Usted cree eso? – pero bueno, eran sueños de chamo.
Robert Zemeckis, además de esa película creó dos secuelas más flojas que convirtieron en saga la gran odisea de Marty McFly a través del tiempo. Por cierto, el apellido McFly siempre me pareció una jocosidad del director, pero con los años me di cuenta que esos apellidos con la “Mc” intercalada eran casi todos de oriundos o descendientes de irlandeses. ¿Recuerdan a Duncan McClaud de “Los Inmortales”? o al teniente McClaine de “Duro de Matar”? Ah bueno. Prosigo. Las dos secuelas flojas de Volver al Futuro no debilitaron mi gusto por el género pero si me ayudaron a marcar una raya entre lo científicamente posible y lo descabellado. Sin embargo sigue siendo mi película favorita de todos los tiempos.
Bueno, luego de la saga de Volver al Futuro, no le perdí el paso a la trayectoria de un Zemeckis en ascenso. Parecía tenerle un extraño amor y pasión al tema del Tiempo y sus implicaciones, demostrándolo en su siguiente película: “La Muerte le sienta bien”. Trataba sobre un par de mujeres obsesionadas por su apariencia y por no envejecer, a tal punto de comprarle a una extraña bruja una especie de elixir de la juventud con la única intención de vivir joven eternamente. Ambas tomaron el brebaje y pagaron las consecuencias de retar a Dios. Fueron bendecidas y condenadas a no morir jamás bajo ninguna circunstancia. Pero el orgullo y egoismo de ambas las llevo a matarse mutuamente, o algo así. Esta historia trataba en tono jocoso y cínico las ventajas y consecuencias de vivir para siempre, de una vida sin tiempo, de una vida eterna. Bruce Willis venía a ser la contraparte de las féminas obsesivas, representando a un hombre de edad media envejecido por el alcohol y un trabajo mediocre, que prefirió morir a condenarse a vivir por siempre, pues el simple deseo de vivir eternamente era en sí mismo un acto de total egoísmo hacia la vida.
La película no tuvo éxito pero dejaba claro los gustos de Zemeckis por el Tiempo y sus implicaciones. En su siguiente película Zemeckis no solo tuvo éxito sino reconocimiento mundial, jugando esta vez con el tiempo y contando a la vez una historia hermosa, aleccionadora y cargada de grandes reflexiones sobre la vida, el tiempo y el destino. La susodicha era Forrest Gump. Era la increíble historia de un joven con retraso mental que a pesar de sus carencias, provocó e intervino en algunos de los hechos más famosos de la historia norteamericana. Forrest parecía andar por la vida como una pluma en el viento, sin saber lo que hacía y como lo hacía, pero también parecía estar predestinado para todas esas cosas que hizo. La reflexión de Forrest ante la tumba de su esposa donde le dice “no se si vamos en la vida flotando sin saber a donde vamos, o si todos tenemos un destino para el que estamos hechos…yo creo son ambas cosas”, es el tema central de la película y la pregunta que nos hacemos todos durante nuestra vida. Y justamente la película misma es ambas cosas. La frase “La vida es como una caja de chocolates, nunca sabes lo que te saldrá”, y la pluma que llega a los pies de Forrest al principio de la película y al final se aleja de él como si estuviera destinada a eso, son la lección de que siempre llegaremos al lugar que nos corresponde en la vida aunque no sepamos cómo lo hicimos.
Unos años después y con más añitos encima pude ver la historia más hermosa de Zemeckis acerca del valor que tiene el tiempo en nuestra vida: “Naufrago”, o en su correcto inglés: Cast Away”. Era la historia de un supervisor de la agencia de encomiendas Fedex esclavizado por el tiempo y los horarios de entrega que no podía ni se aceptaba cometer “el pecado de darle la espalda al tiempo”. Tenía a su prometida, a su familia y todo lo que podía pedir pero su trabajo con el tiempo lo arropaba por completo. Un día de trabajo en navidad dejó a su prometida en el aeropuerto con la promesa de que “regresaría pronto” del trabajo. El avión tuvo un terrible accidente y dejó al protagonista solo abandonado en una isla en la que debió afrontar el pecado de tener que darle la espalda al tiempo. En esa isla no había horarios, plazos de entrega ni compromisos, estaba solo y lo único que le sobraba era el Tiempo. Vivió en esa isla 4 años y solo pudo escapar de ella cuando Dios le mostró el camino, dándole una puerta de plástico que fue arrastrada por el mar y que usó como velero para salir.
Al volver de la isla, a la única persona que quería ver era a su prometida, pero al tocar tierra se dio cuenta que el Tiempo hizo algo que él jamás se esperó: Le dio la espalda a él. Su prometida se había casado y tenía un bebé, a él lo habían declarado legalmente muerto y Fedex solo le dio un homenaje de 5 minutos porque para ellos el tiempo era demasiado importante. Ya no era el mismo hombre de antes apurado y acelerado, ahora se movía con calma, con lentitud ya que tenía todo el tiempo del mundo para comenzar de nuevo, pero sin la mujer que amaba. En una reflexión ante un amigo dice: “La he perdido otra vez…pero debo seguir respirando, porque el sol saldrá mañana. ¿Quién sabe lo que la marea puede traer?”. Debió entonces resignarse a no tener al amor de su vida, tuvo que sobrevivir de nuevo como en la isla y Dios le volvió a mostrar el camino para que siguiera adelante.
Zemeckis en su historia nos mostró que el tiempo solo tiene valor si lo pasamos y lo vivimos junto a las personas que amamos, fuera de eso el tiempo no vale nada, solo son minutos, horas, días y meses que no cuentan para nuestra existencia ni para los demás. La vida y el tiempo nuevamente fueron unificados por él en una gran película.
Ahora en mi edad adulta, y sin inclinarme tanto a las películas, reflexiono bastante acerca del tiempo porque he sentido en carne propia lo implacable que es. No perdona y por eso muchos soñamos con cambiar los errores del pasado. Deseamos viajar atrás como en “Volver al Futuro” y corregir todo sin saber que esos errores nos han hecho lo que somos, nos han dado la sabiduría y la madurez que ahora tenemos aunque ya no podemos cambiar lo que se hizo. Sería una paradoja el querer volver en el tiempo para borrar o cambiar un evento que en primer lugar fue el que nos dio el motivo de viajar para borrarlo. El tiempo siempre correrá hacia delante y aunque puede ser cruel, las lecciones que da son duraderas, y como en “Naufrago” y “Forret Gump”, Dios siempre está ahí presente para mostrarnos el camino.